Muchos adultos, al hablar sobre niños, recurren al estereotipo, al insulto y a la descalificación sistemática. Ello se hace muchas veces en tono jocoso, casi «cariñoso» («el monstruito», «los pequeños tiranos», «son unos trastos»), pero el daño está hecho: se transmite a los padres la idea de que sus hijos están en su contra y no merecen respeto como personas. Veamos algunos ejemplos concretos:
“Nada más rozar las sábanas, el granujilla empieza a gimotear.”
El «granujilla» tiene diez meses, pero su conducta se considera no sólo meditada y consciente, sino moralmente reprobable.
La elección de las palabras no es casual: el bebé no empieza a gemir («quejarse con voz lastimera», según el diccionario), ni mucho menos a llorar («derramar lágrimas por algún dolor físico o moral»), sino a gimotear («gemir, quejarse o llorar sin causa justificada»). ¿Quién ha dicho que no tiene motivo?
Veamos otros insultos:
“Los niños pequeños son negativos, muestran poco sentido común y una completa falta de respeto por los derechos de los demás.”
¿Cree que exagero? ¿No le parece que esta frase sea tan insultante? Sustituya «niños pequeños» por «negros» o por «mujeres» y dígame qué le parece ahora.
“El diez por ciento de los niños estudiados eran pequeños terroristas.”
Ésta es una acusación muy grave. Sustituya «niños» por «sindicalistas», «catalanes», «clientes», «funcionarios» o cualquier otro término referido a personas adultas y podría recibir una demanda por difamación.
“Hacen que sus madres se sientan inferiores. Los niños pequeños tienen una capacidad increíble para desmoralizar a sus madres. Muchos actúan como completos ángeles cuando están al cuidado de otros, reservando su lado demoníaco exclusivamente para sus padres.”
¡Vaya descubrimiento! Sin necesidad de insultos y exageraciones como «demoníaco», lo cierto es que todos nos comportamos mejor con desconocidos que con familiares. Usted soporta de sus compañeros de trabajo, y no digamos de sus jefes, desaires que provocarían una discusión con su cónyuge. Nos quejamos menos de la comida en un restaurante que en casa (y, cuando comemos en casa de un amigo, jamás nos quejamos de la comida). Usted, padre lector, ¿dónde se hacía mejor la cama, dónde barría y fregaba sin rechistar, dónde obedecía al instante y sonriendo: en casa o en la mili? ¿Significa eso que quería o respetaba más a su sargento que a su madre? Claro que no, simplemente le tenía más miedo. En España ha habido muchas más huelgas y manifestaciones bajo el gobierno socialista que en tiempos de Franco. ¿Significa eso que los obreros estaban más contentos con Franco? Es un hecho que no protestamos más cuando somos más desgraciados, sino cuando tenemos más esperanzas de que nuestras protestas sirvan de algo. Protestamos más cuando nos sentimos aceptados y queridos. Como afirma Bowlby:
“Debido a los vínculos emocionales que unen al hijo con sus padres y a éstos con el hijo, los niños se comportan siempre de un modo más pueril con sus padres que con otras personas [.. ]. Esto es incluso cierto en el mundo de las aves. Los pinzones jóvenes, que son ya suficientemente capaces de alimentarse por sí solos, a veces comienzan a solicitar alimento de un modo infantil cuando ven a sus padres.”
El mismo Freud no se quedaba corto con sus descalificaciones:
“Un exceso de ternura materna quizá sea perjudicial para el niño por acelerar su madurez sexual, acostumbrarle mal y hacerle incapaz, en posteriores épocas de su vida, de renunciar temporalmente al amor o contentarse con una pequeña parte de él. Los niños que demuestran ser insaciables en su demanda de ternura materna presentan con ello uno de los más claros síntomas de futura nerviosidad. Por otra parte, los padres neurópatas son, en general, los más inclinados a una ternura sin medida, despertando así en sus hijos, antes que nadie y por sus caricias, la disposición a posteriores enfermedades neuróticas.”
Y es que de insultar a los niños a insultar a los padres sólo va un paso, y si usted trata a sus hijos con ternura, es un neurópata. «No», dirá el lector, «Freud sólo llama neurópatas a los que muestran una ternura sin medida, no a los que muestran una ternura normal». De acuerdo, pero, ¿qué es una ternura sin medida? Para muchos, en nuestra sociedad, tomar en brazos a un niño que llora ya es excesiva ternura. No es Freud el único, ni mucho menos, que ridiculiza a los padres que tratan con «excesiva ternura» a sus hijos:
“Sacarle de la cama cuando debe dormir no es mostrar ternura, sino estúpida ignorancia.”
Veamos cómo describe el Dr. Green su método de dejar llorar a los niños para enseñarles a dormir:
“Déjenlo llorar cinco minutos si son ustedes normales, diez minutos si son duros, dos minutos si son delicados y un minuto si son muy frágiles. La duración del llanto depende de la tolerancia de los padres y de cuan genuinamente agitado se ponga el niño.”
Es decir, que los padres que no quieren dejar llorar a su hijo son delicados, frágiles e incluso faltos de tolerancia (¡intolerantes!); pues en una increíble corrupción del lenguaje, «tolerancia» significa ahora la capacidad para oír llorar a tu propio hijo sin hacerle ni puñetero caso. Incluso admitiendo que dejar llorar a los niños fuera moralmente aceptable (¡cosa que no admito en absoluto!), ¿no parecería más lógico adaptar la duración del llanto a la resistencia del niño y no a la de los padres? (Deje llorar cinco minutos al niño normal, dos al delicado, uno al frágil... ) Pero, claro, al Dr. Green no le preocupa lo que pueda sufrir un niño de meses, sino lo que pueda sufrir un adulto de veinte o treinta años.
(Dr. Carlos Gonzáles)
“Nada más rozar las sábanas, el granujilla empieza a gimotear.”
El «granujilla» tiene diez meses, pero su conducta se considera no sólo meditada y consciente, sino moralmente reprobable.
La elección de las palabras no es casual: el bebé no empieza a gemir («quejarse con voz lastimera», según el diccionario), ni mucho menos a llorar («derramar lágrimas por algún dolor físico o moral»), sino a gimotear («gemir, quejarse o llorar sin causa justificada»). ¿Quién ha dicho que no tiene motivo?
Veamos otros insultos:
“Los niños pequeños son negativos, muestran poco sentido común y una completa falta de respeto por los derechos de los demás.”
¿Cree que exagero? ¿No le parece que esta frase sea tan insultante? Sustituya «niños pequeños» por «negros» o por «mujeres» y dígame qué le parece ahora.
“El diez por ciento de los niños estudiados eran pequeños terroristas.”
Ésta es una acusación muy grave. Sustituya «niños» por «sindicalistas», «catalanes», «clientes», «funcionarios» o cualquier otro término referido a personas adultas y podría recibir una demanda por difamación.
“Hacen que sus madres se sientan inferiores. Los niños pequeños tienen una capacidad increíble para desmoralizar a sus madres. Muchos actúan como completos ángeles cuando están al cuidado de otros, reservando su lado demoníaco exclusivamente para sus padres.”
¡Vaya descubrimiento! Sin necesidad de insultos y exageraciones como «demoníaco», lo cierto es que todos nos comportamos mejor con desconocidos que con familiares. Usted soporta de sus compañeros de trabajo, y no digamos de sus jefes, desaires que provocarían una discusión con su cónyuge. Nos quejamos menos de la comida en un restaurante que en casa (y, cuando comemos en casa de un amigo, jamás nos quejamos de la comida). Usted, padre lector, ¿dónde se hacía mejor la cama, dónde barría y fregaba sin rechistar, dónde obedecía al instante y sonriendo: en casa o en la mili? ¿Significa eso que quería o respetaba más a su sargento que a su madre? Claro que no, simplemente le tenía más miedo. En España ha habido muchas más huelgas y manifestaciones bajo el gobierno socialista que en tiempos de Franco. ¿Significa eso que los obreros estaban más contentos con Franco? Es un hecho que no protestamos más cuando somos más desgraciados, sino cuando tenemos más esperanzas de que nuestras protestas sirvan de algo. Protestamos más cuando nos sentimos aceptados y queridos. Como afirma Bowlby:
“Debido a los vínculos emocionales que unen al hijo con sus padres y a éstos con el hijo, los niños se comportan siempre de un modo más pueril con sus padres que con otras personas [.. ]. Esto es incluso cierto en el mundo de las aves. Los pinzones jóvenes, que son ya suficientemente capaces de alimentarse por sí solos, a veces comienzan a solicitar alimento de un modo infantil cuando ven a sus padres.”
El mismo Freud no se quedaba corto con sus descalificaciones:
“Un exceso de ternura materna quizá sea perjudicial para el niño por acelerar su madurez sexual, acostumbrarle mal y hacerle incapaz, en posteriores épocas de su vida, de renunciar temporalmente al amor o contentarse con una pequeña parte de él. Los niños que demuestran ser insaciables en su demanda de ternura materna presentan con ello uno de los más claros síntomas de futura nerviosidad. Por otra parte, los padres neurópatas son, en general, los más inclinados a una ternura sin medida, despertando así en sus hijos, antes que nadie y por sus caricias, la disposición a posteriores enfermedades neuróticas.”
Y es que de insultar a los niños a insultar a los padres sólo va un paso, y si usted trata a sus hijos con ternura, es un neurópata. «No», dirá el lector, «Freud sólo llama neurópatas a los que muestran una ternura sin medida, no a los que muestran una ternura normal». De acuerdo, pero, ¿qué es una ternura sin medida? Para muchos, en nuestra sociedad, tomar en brazos a un niño que llora ya es excesiva ternura. No es Freud el único, ni mucho menos, que ridiculiza a los padres que tratan con «excesiva ternura» a sus hijos:
“Sacarle de la cama cuando debe dormir no es mostrar ternura, sino estúpida ignorancia.”
Veamos cómo describe el Dr. Green su método de dejar llorar a los niños para enseñarles a dormir:
“Déjenlo llorar cinco minutos si son ustedes normales, diez minutos si son duros, dos minutos si son delicados y un minuto si son muy frágiles. La duración del llanto depende de la tolerancia de los padres y de cuan genuinamente agitado se ponga el niño.”
Es decir, que los padres que no quieren dejar llorar a su hijo son delicados, frágiles e incluso faltos de tolerancia (¡intolerantes!); pues en una increíble corrupción del lenguaje, «tolerancia» significa ahora la capacidad para oír llorar a tu propio hijo sin hacerle ni puñetero caso. Incluso admitiendo que dejar llorar a los niños fuera moralmente aceptable (¡cosa que no admito en absoluto!), ¿no parecería más lógico adaptar la duración del llanto a la resistencia del niño y no a la de los padres? (Deje llorar cinco minutos al niño normal, dos al delicado, uno al frágil... ) Pero, claro, al Dr. Green no le preocupa lo que pueda sufrir un niño de meses, sino lo que pueda sufrir un adulto de veinte o treinta años.
(Dr. Carlos Gonzáles)
Excelente entrada. Aún recuerdo cuando me lo decía a mi. Descubrí éste blog por un amigo en fb. Es tan excelente que la voy a publicar como nota. Por supuesto con su respectiva fuente.
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