"El condicionamiento paterno es la mayor esclavitud del mundo.."(Osho)
Había una vez un lugar llamado Adultópolis, donde todos trabajaban con mucha prisa, nadie se detenía a oler una flor, mirar el cielo, o preocuparse por otros, pues estaba considerado un crimen “perder el tiempo”. En Adultópolis solo estaba permitido divertirse a costa de otros, especialmente si ese otro era más débil o estaba en un “nivel más bajo”. El lema de Adultópolis era “Trabajo, trabajo y más trabajo....Gasto y evasión, tu mejor elección”. Por lo que quien decidía detenerse a pensar, discernir o simplemente SER, era señalado como raro, por lo menos hasta que recuperara la razón y se reincorporara a la marcha ininterrumpida del trabajo sin fin y la complacencia del YO, síntomas inefables de cordura y buen juicio.
Para relajarse al final de la faena solo estaba permitido hacer cosas preestablecidas como mirar la TV, con programación delicadamente seleccionada por los reyes para mantener a todos asustados, distraídos o increíblemente embobados; emborracharse; fumar o tener sexo para saborear por un rato la libertad de la evasión; y la favorita de la mayoría: COMPRAR, COMPRAR, COMPRAR………….
Existían reglas en Adultópolis para quien elegía mantenerse felizmente aceptado. Pensar por sí mismo estaba totalmente prohibido, con riesgo a ser llamado REBELDE, por lo que antes de que alguien se atreviera a semejante osadía, los encargados del orden: padres, maestros, sacerdotes, doctores, políticos, militares y demás entes autorizados se encargaban de calmarlo con un medicamento, droga, show, amonestación, un susto y hasta con una condena al infierno (Lugar que irónica y teóricamente resultaba más prometedor y atractivo que aquel paraíso llamado Adultópolis).
En Adultópolis se premiaba a quien hacía cosas como: trabajar sin cesar, obtener títulos para adornar la pared y ser "alguien", comprar cosas para ser aceptado y hasta admirado, envidiar el éxito de la gente “hermosa” y “talentosa” según los parámetros establecidos por las revistas, la TV y demás medios del reino, odiar al enemigo impuesto de turno, complacer a la familia y a los demás, mantener los pies en "tierra firme" y creer solo en lo que se veía, o podía ser demostrado por la todopoderosa Diosa razón.
Pero existían cosas que no tenían perdón, a menos que el sospechoso dejara de realizarlas y se reintegrara a la fila; cosas como: soñar despierto, creer en hadas, jugar libre (solo estaba permitido jugar en sitios aceptados, con juegos previamente aceptados y certificados por quienes manejan las cuerdas de este gran teatro de marionetas llamado Adultópolis), ser un niño (simplemente un niño, no un pequeño obligado a portarse como “grande”), reír sin burla, amar a todos, ignorar banderas y fronteras, no estar dispuesto a morir por la patria (o lo que "ellos" llamaban patria)……en fin, Adultópolis condenaba todo lo que pareciera alejar a sus súbditos de la realidad perfecta, y estúpidamente aceptada por todos, llamada Sociedad.
Sus reyes se sentaban complacidos de ver como sus parámetros separaban el bien del mal, la razón de la locura. Viendo como generación tras generación seguía creyendo en lo mismo, haciendo lo mismo, aceptando lo mismo, y por supuesto condenando lo mismo. Usando sus armas secretas: Las escuelas, las familias, los medios de comunicación, las guerras, las adicciones impuestas, el consumismo, la ciencia, las religiones, la política y la más poderosa y efectiva……….EL TEMOR.
Para garantizar su permanencia y su poderío mantenían a raya a su principal enemigo y punto débil: Los niños (únicos seres puros, y con aceptación de sí mismos). Estos, después de ser adoctrinados, alienados e insertados a las filas, eran reutilizados como adultos cuerdos, para encauzar a los que venían detrás, sin parar, en una cadena interminable de sumisión, aceptación y conformismo.
Quienes se atrevían a salirse de la fila eran etiquetados. Los reyes de Adultópolis tenían mucha creatividad para imponer etiquetas, la lista era muy pero muy larga. Utilizaban términos como hippie, paranoico, punk, anarquista, desadaptado, antisocial, hiperactivo, loco, descarriado, paranoico, comunista, rebelde, niño problema, delincuente juvenil, hacker, malcriado, fanático, pecador, terrorista, alborotador. Con estas etiquetas, marcaban a la oveja que salía del rebaño y alertaban a los demás a no hacer lo mismo, so pena de exclusión perpetua de la progresista, rápida, exitosa, segura y cómoda "Sociedad".
Un día como cualquier otro, Adultópolis llegó a su fin. Trabajaron tanto, corrieron tanto, compraron tanto que no se dieron cuenta de que su interminable carrera era una ruleta, que más temprano que tarde, aceleró su autodestrucción. Al principio se mataron unos a otros, luchando por controlar el reino y tener la razón. Luego su planeta cansado de tanto daño, odio y abuso decidió purificarse y barrer todo lo que con la excusa del desarrollo se había convertido en una infección muy dolorosa, por lo que simplemente usó su legítimo derecho a la defensa.
Los pocos que habían sobrevivido a la aniquilación impuesta por la guerra y a la posterior devastación enfermiza generada por el consumismo fueron desapareciendo hasta no quedar ninguno.
Y solo aquellos, los señalados, los que no encajaron nunca, pudieron decir que alguna vez VIVIERON.
Por Elvis Canino
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