Tendrás dos elecciones: o hacerles
caso y sufrir; o dedicarte a criar a tus hijos con amor y como te lo dicte el
corazón, y disfrutarlo además.
Yo elegí la segunda y no arrepiento, ni
por un momento.
En lo que coincidirá la mayoría de los
“opinólogos” (o por lo menos de los que siempre me he encontrado en el camino)
es en la importancia de enseñar a los niños a que en el “Mundo Adulto”, la
razón siempre la tienen los adultos y punto (¿te suena?).
Es muy
probable que escuchemos también que la escuela lo es todo, que el éxito lo es
todo, que la aprobación lo es todo, que la apariencia lo es todo.
Habrá
también quien te sugiera que mientras más temprano los escolarices, más
oportunidad de socializar tendrán. Serán más independientes y no se convertirán
en niños mimados que no se despegan de la falda de la madre (¿de nuevo te
suena?).
Lo cierto es
que si decides criar diferente al resto. Con mucho abrazo, mucho beso, mucha
tolerancia, sin violencia, sin castigo, con
amor y apego en abundancia, pues tendrás
que acostumbrarte a la mirada inquisidora del entorno, cuya mayoría obviamente
no aplaudirá tu decisión. Y muchas veces este entorno estará compuesto por
nuestros familiares y amigos más cercanos, lo que hará más dolorosa y difícil
la situación.
Hoy día, a pesar de ver constantemente
a nuestro alrededor las contundentes pruebas de que los viejos y obsoletos
métodos disciplinarios solo han creado un montón de personas con el ceño
fruncido, estresadas, enfurecidas y enfermas; muchos parecen juzgar los
derechos del niño y las leyes que los protegen del maltrato por ser, según
ellos, el principal causante de la “malacrianza” y del “libertinaje”, males que
se habrían evitado, según su opinión, con una “buena corrección a tiempo”.
Lo peor es que según palabras de
algunos (incluso de educadores y “profesionales” que conozco), el caos actual
en que se encuentra sumergida nuestra humanidad se debe a la “falta de látigo”
(No se imaginan lo que me entristece escuchar cosas así, como padre y como ser
humano).
Aunque este escrito no fue hecho para
buscar culpables ni mucho menos, considero un deber como o padre y como
defensor de la crianza amorosa, analizar el papel que juega la sociedad
Patriarcal en esta especie de desconexión con nuestra esencia, en la que
parecen sumergirnos desde las escuelas hasta los medios de comunicación más
“inocuos” (al menos en apariencia).
Basta
echarle un solo vistazo a nuestra realidad para darnos cuenta de que estamos
obligados a darle un giro al timón. No hace falta ser un profeta del desastre
para poder vaticinar lo que nos espera como humanidad de no aplicar un cambio
urgente a las reglas de juego.
Nuestro
mundo se ha convertido en un paraíso de “egos suicidas”, separados unos de
otros, distraídos y cada vez más acostumbrados a que alguien piense por
nosotros. Consumiendo y consumiéndonos en una loca carrera hacia nuestra propia
aniquilación.
Hemos
perdido el respeto por la vida y nos hemos acostumbrado a mirar de forma
indolente, a veces con un control remoto en la mano y muy cómodos en nuestro
sillón, la deforestación, el sacrificio indiscriminado de miles de especies, la
contaminación, la destrucción o explotación del más débil, la alienación de las
masas y el constante bombardeo de “antivalores” que día a día nos alejan más y
más de nuestra verdadera naturaleza y nos van convirtiendo en esa sociedad
autómata, indolente y resignada que describió tan bien Aldous Huxley en su
“Mundo Feliz”.
Hemos
permitido que los valores “de turno” sean dictados por la moda y la televisión,
ultima voz en cuanto a decidir cuáles serán los estereotipos sociales
aprobados. Dictaminando ésta quién encaja y quién no. Creando las etiquetas e
invitándonos a mantener a raya a todo aquel que piense distinto, a menos que se
acople a la fila, y marche al ritmo dictado.
En la
escuela se nos enseña a obedecer, a caminar en formación, a pintar las hojas
verdes y el cielo azul porque así debe ser y punto. Se nos premia cuando
cumplimos y se nos castiga cuando nos rebelamos. La puntuación y las medallas
nos revelan quienes somos, y por supuesto todo nuestro futuro dependerá de
cuanto éxito y aprobación acumulemos.
Y no solo es
el entorno, los padres también contribuimos: exigiendo, saturando de
actividades, tratando a los niños según su rendimiento escolar y colgando sus
medallas y trofeos como si esto nos demostrara “lo bien que ellos lo hemos
hecho”.
Muchas veces
valorándolos según la opinión de sus maestros. Profanando su tiempo libre con
montañas de tareas escolares y actividades extra-curriculares. Para así
mantenerlos ocupados todo el día “por su propio bien”.
Como seres
humanos tenemos un terrible estado de emergencia. Estamos a punto de destruir
todo lo que existe en el mundo material por culpa de nuestra codicia, nuestra
arrogancia y nuestra necedad.
Los niños
siempre han venido a recordarnos quienes somos, pero nuestra sociedad utiliza
sus mejores armas para desconectarlos de su esencia y convertirlos en lo que
nos convirtió a nosotros, en egos suicidas.
Deberíamos imitar más seguido a los
niños, parecernos más a ese pequeño que un día fuimos. Deleitarnos en todo,
sonreírnos por todo, andar menos afanados y más despreocupados, sin rencores,
sin esa memoria rencorosa, sin esa malicia y ese deseo constante de competir
con todos.
Como padres, y sin necesariamente
desconectarnos totalmente de nuestros quehaceres y deberes del día a día,
podríamos dedicar más tiempo a reaprender de nuestros propios hijos y de cuanto
niño se nos presente en el camino. Ellos tienen una facilidad increíble para
percibir si te has quitado tu máscara egocéntrica de adulto.
Es solo entonces cuando te abren las
puertas de su mundo para que lo explores. Para que te maravilles con sus
colores ¿y por qué no? Para que le agregues un poco de los tuyos, para que
crees puentes, incluyas personajes y te deslices de nuevo sobre esos deliciosos
arcoíris que un día alguien decidió que debías dejar atrás.
Permitirte ser niño cada vez que
puedas te ayudará a recordar quién eres y a qué viniste al mundo. Te permitirá
poner más colores todo lo que te rodea,
y facilitará increíblemente la comunicación con tus hijos, demoliendo cualquier
obstáculo que se atraviese entre su mundo y el tuyo.
Por Elvis Canino
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