"Si no
tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera."
(François
de La Rochefoucauld)
Mucho se
puede decir de crianza amorosa, disciplina positiva, tiempo de calidad, respeto
a la infancia y toda una cantidad de propuestas positivas y que yo
personalmente no dolo defiendo sino recomiendo a cuanto papá o mama se me cruza
en el camino. Pero estoy convencido de que debemos ir un poco más allá. Sí,
allá… dentro de ese papá o mamá con los que conversamos y, de hecho mucho más
allá… mucho más atrás. Quizás hasta el propio subconsciente del colectivo.
Debemos revisar esa sombra de nosotros que tenemos reprimida, allá escondida, muy en el fondo. Donde aún hay rabia, donde hay mucho miedo, donde se encuentra un pequeño niño asustado, acurrucado, que un día decidió bloquear recuerdos, esconder su dolor y olvidar…pero sin perdonar.
Ese es nuestro niño interno. Es tu propio yo, pero en otro lugar del tiempo. Donde si acaso podías defenderte, donde muchas veces quienes debían ser tus defensores se transformaban en tus propios agresores. Donde no tenías a donde huir porque dependías de otros. Donde decidiste olvidar e idealizar a quienes ejercieron violencia (de una u otra forma) sobre ti.
Ahora eres Papá o Mamá. Te ves espejado en otro ser viviente que llegó a través de ti, que te recuerda quién eres y que, lo quieras o no, te reconecta con aquel niño que dejaste allá… atrás.
Ahora
quieres hacerlo bien, hacerlo distinto, no repetir lo que hicieron contigo, pero
no has sanado. Olvidaste, bloqueaste, idealizaste… pero no perdonaste.
De repente comienzas a ver conductas en tus hijos que te hacen perder la calma. Se repiten situaciones que no comprendes. Comienzas a ver cómo actúan con rabia y no entiendes por qué. Comienzan a surgir problemas con tus padres o suegros (quienes terminan reflejando algunas veces lo que en realidad sientes por tus progenitores), o si bloqueaste y reprimiste el recuerdo idealizando a estos últimos para sobrevivir (como suele ocurrir con muchísima frecuencia) comienza a proyectarse esta rabia hacia tu pareja, las otras personas que te rodean, contra ti mismo o lo que es peor… contra tus propios hijos.
Tus hijos reflejan lo que tu niño interno siente. Tú no lo entiendes, no sabes manejarlo y les devuelves lo mismo o algo aún peor. Tu niño sigue regresándote lo mismo, incluso cada vez multiplicado. Tú estallas y sigues respondiendo con rabia…y siempre de peor manera. Muchas veces te contienes, lo que es peor. La rabia que se queda adentro termina estallando tarde o temprano. Bien sea contra otro o contra ti.
Nos unimos a un círculo violento de nunca acabar, nos quejamos con los demás o tratamos de delegar el problema a un "especialista". Por supuesto, que el problema que delegamos a otros es el niño. “Nosotros estamos bien, es mi hijo que es terrible, hiperactivo, ansioso”… y pare usted de contar cuántos calificativos.
El especialista; llámese educador, orientador, psicopedagogo, chaman… nos receta algo. O mejor dicho, se lo receta al niño. Muchas veces nos recomienda tomar medidas disciplinarias para demostrar al niño quién manda aquí.
¿Y nuestra rabia? ¿Y nuestro miedo? ¿Y el niño que sigue temblando allá en el fondo de nuestra alma? “No, no, no, no, no…Tu hijo es un niño problema” dice el “experto”.
¿Te suena?
Puede que digas que no, pero es más común de lo que tú o yo quisiéramos imaginar.
Cuánta gente hay que quiere hacer las cosas bien pero siempre termina dejando todo
a medias, o cambiando el rumbo o lo que es peor… estallando!
Nuestra prioridad debe ser nuestra propia sanación. Sugiero explorarnos, revisar qué tenemos más allá de la “falsa realidad o falso pasado” que nos creamos. Revisar cómo está nuestro niño interno. Como estamos con nuestros padres más allá del supuesto amor que les tenemos, y qué en realidad no es más que una manta con la que decidimos un día cubrir lo que en verdad sentíamos hacia sus figuras y hacia "lo que nos hicieron". Y ojo, no debemos culparlos, porque lo más seguro es que su propio niño interno esté aún más aterrorizado y rabioso.
Creo que de eso se trata, de romper la cadena de una vez. No podemos dar lo que no tenemos, así que si no sanamos, jamás vamos a poder estar verdaderamente comprometidos con la paz que debería reinar dentro de nosotros mismos, ni siquiera con la paz de nuestro hogar y mucho menos con la del mundo.
Por Elvis
Canino
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