Una Mujer paría. Su compañero miraba perplejo el acto más poderoso que
había presenciado en su vida: Su mujer le paría un hijo, su mujer paría
perpetuidad, solita, apta, en posesión de su cuerpo, fuerte, desbaratando a
pujidos el mito del sexo débil ante los ojos de un hombre que lucha por no
desmayarse. Un bebé en camino hacia lo suyo junto a su madre, conectados a la
vida, a la inevitabilidad del nacimiento. El hombre solo podía mirar aquella
coreografía acompasada que nadie nos enseñó, que hemos sabido desde el mismo
principio de nuestra existencia; y que nos quieren hacer olvidar.
Es que somos humanos, ocupamos la escala más alta de la evolución,
razonamos. ¿Razonamos?
“Sí señora, pasa que usted no es una vaca y mucho menos una perra, ¡válgame
dios! Los humanos evolucionamos para llegar a este cómodo punto en el que
podemos borrar medicamente el bíblico “parirás a tus hijos con dolor”; porque
duele mucho, señora, y si se tratara solo del dolor, pero se trata de los
riesgos, se trata de ponerse en manos de quien sabe hacer las cosas que usted,
a menos que se considere una vaca, no sabe hacer. Desconéctese de su cuerpo,
señora, y póngalo en buenas manos.”
Cedemos y nos sometemos a una medicina arrogante que convierte el parto
en un procedimiento médico. Mujeres poderosas convertidas en pacientes
indefensas. Nos acostamos sumisas en una cama que parece un potro de torturas,
bajo intensas luces que queman a nuestros ojos parturientos; y horas y horas de
sed y hambre, con una vía en la vena que va envenenándonos, acelerando el ritmo
perfecto de la naturaleza; y ese entrar y salir de ruidosos extraños, que nos
tocan como si tocaran, esta vez sí, a una vaca, y que nos llaman flojas,
lloronas. Y el cuerpo que nos grita que nos pongamos de pie, que caminemos, que
nos agachemos, que apaguen la luz, que hagan silencio, que yo pujo cuando yo
quiera, que mi bebé y yo sabemos desde los siglos de los siglos, amén.
Eso si no nos convencieron antes de evitar esta atrocidad con una cómoda
y rápida cesárea. Mire usted, hasta podemos programar día y hora para evitarnos
molestos madrugonazos. Se corta, se saca y ya. Nacimiento express.
¡Sí, se lo suplico! ¡Sálvenos de la Naturaleza, Doctor!
Y se mutilan vínculos vitales, vínculos emocionales que dejan secuelas
imborrables. Se violentan los días más importantes de nuestra vida, el día que
nacemos, el día que parimos, en nombre de una ciencia médica que perdió su
norte y nos hizo perder el nuestro.
Podemos parir y es nuestro derecho. Parir como nos grite el cuerpo, y el
cuerpo solo grita ¡Doctor! En casos excepcionales, cuando definitivamente no
puede. La medicina es un apoyo y el médico un acompañante del parto, no su
cruel protagonista.
Nosotras, cuántas veces en nuestra lucha creyendo que nos liberamos,
hacemos todo lo contrario.
(Por Carola Chávez – Diario Ciudad Caracas)
Gracias. Excelente articulo
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