Imaginemos la siguiente
situación: Estamos haciendo la cola del Supermercado, llevamos a nuestro
pequeño sentado sobre el carrito de las compras (A mi hija le encanta). Cuando
estamos a unos pasos de la caja registradora aparece el juguete o la golosina
que fue colocada justo allí con una clara doble intención. En ese momento
nuestro pequeño la pide; le decimos que no, que no podemos comprarla. Comienza
a gritar, a gritar a todo pulmón. Lanza cosas, grita, agita las piernas, sigue
gritando.
Ahora viene lo peor: Las
personas (en su mayoría adultos) que se encuentran alrededor comienzan a
mirarnos y a mirar al niño. ¡Y no es cualquier mirada! Es aquella mirada que te
desarma y te hace sentir culpable. Esa mirada que te dice que debes poner freno
a la cosa o si no ¿Qué dirán los demás? Una escena que pone incomodo al más
pintado. Todos te observan, casi te señalan, sus miradas te acusan. A veces, en
el peor de los casos, llueven los comentarios tipo: “Que niño tan malcriado”
“Mira niño, a hacerle caso a tu mami” “Ayyy…ojalá fuera hijo mío”.
Ahora… ¿Sabes por qué te
incomoda tanto que te miren, te señalen y te acusen? ¿Sabes por qué puede
ruborizarte una mirada acusadora cuando
tus hijos tienen una pataleta en público?
Pues, sencillo. Recuerda que
un día fuiste un niño al que seguramente se le enseñó a esperar la aprobación
de los demás. Al que se le premió “cuando se portó bien”, y se le ignoró o
castigó cuando “se portó mal”. En pocas palabras, ese niño obediente, que aún
vive en ti, no soporta que el entorno le señale o le juzgue.
Por lo tanto, es del todo
natural que un grupo de desconocidos te intimide con sus miradas, sus
comentarios no solicitados y las típicas sugerencias conductistas adultocéntricas,
que no hacen más que recordarte que un día fuiste un pequeño que debía esperar
un premio o un castigo según su conducta. Lo peor es que la mayoría de las
veces ni siquiera estemos conscientes de que es así.
Entonces ¿Qué hacer al
respecto?
Lo primero es dejar de
sentirnos culpables. Las rabietas son algo natural y absolutamente sano. Son la
forma en que los niños suelen expresar su enojo, frustración, inconformidad,
molestia y cualquier otra situación desagradable para ellos. También suelen ser
un llamado de atención, un “Aquí estoy. Te necesito. Mírame”.
Lo más seguro es que lo que
nos estén reclamando sea la mirada, la escucha o el tiempo que posiblemente les
hemos negado o que sencillamente no han sido exclusivos en algún otro momento,
bien sea debido a nuestra apretada agenda y ocupaciones o a que sencillamente
no notamos su requerimiento.
Además de eso, es hora de
que comiences a ser consciente de que ya no eres un niño y de que la aprobación
de los demás ya no debe hacer mella en tu carácter o en tu buen o mal humor. Ya
has crecido, eres padre o madre y te aseguro que al final ninguno de aquellos
que te señala o critica, siente una verdadera y sincera preocupación por ti o
por lo que te suceda o deje de sucederte.
¿Y quieres una buena
noticia?
Pues ahí va: Las rabietas
son pasajeras, tus hijos no las harán por siempre, a menos que no aprendas a abordarlas o te inclines hacia la crianza autoritaria basada en el premio y el castigo, responsable de que haya tantos adultos malhumorados y enojados, o en el peor de
los casos sumisos y fácilmente influenciables, por doquier.
De la contención,
comprensión y paciencia que tengamos para con las rabietas y pataletas de
nuestros hijos, dependerá la duración e intensidad de las mismas. Un niño que
se siente comprendido, escuchado y contenido poco a poco va dejando de sentir
la necesidad de expresarse a través del enojo.
Lo segundo a tener en cuenta
es que los “opinólogos” de turno están de más. Recuerda quienes te rodean en la
cola del supermercado generalmente son desconocidos a los que no volverás a ver
jamás, así que su opinión debería importarte un bledo. Y si son conocidos,
también debe darte igual. La felicidad, el sano crecimiento y la estabilidad
emocional de nuestros niños deberían estar por encima de cualquier otra cosa.
Especialmente de las opiniones de personas a las que a fin de cuentas les
importamos poco o nada.
Hacer caso omiso a los
comentarios no solicitados y a la intrusión del entorno también te hará un gran
bien en tu propio crecimiento personal y reforzará tu autoestima. Además que
contribuirá a que tus hijos vean en ti a la persona madura y segura de sí misma
que eres. Por lo que serás alguien a quien ellos admiren, respeten y deseen imitar. O
sea, una verdadera autoridad.
Recuerda que también es importante
que los defiendas de quien sea, donde sea y cuando sea. Por nada debes permitir
que los demás se burlen, pongan etiquetas o descalifiquen a tus hijos en tu
presencia. Si tú no defiendes a tus hijos ¿Entonces quien lo hará?
Recuerda y recuérdale a los demás que el respeto se
gana respetando. No hay atajos!
…Y sobre la verdadera
autoridad y el respeto hablaremos en la próxima entrega.
Por Elvis Canino
Hola, primera vez que te leo, excelente post. Siempre me pregunto si lo estoy haciendo bien en la forma en cómo enfrento las rabietas de mi hija, quien a sus 2 años tiene mucho carácter, y con este escrito me doy cuenta que las cosas las llevo bien encaminadas. Te sigo leyendo...
ResponderEliminarGracias, me alegra muchísimo que el artículo te haya ayudado! :)
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