jueves, 24 de julio de 2014

El camino que nunca olvidé...


Hubo algo extrañamente revelador tanto emocional como espiritualmente, que experimenté  en mi propio “debut”  paternal y que nadie, por más que lo intentara habría podido jamás explicármelo con palabras, o por lo menos con una explicación que se acercara remotamente a lo extrañamente vivencial y “holística” que fue la experiencia como tal.
Fue una especie de reconexión o “despertar” de algo que estaba dormido y muy bien guardado en un oscuro rincón de mi alma, y que de no haber sido por el remolino de recuerdos, vivencias y sombras que comenzó a desempolvar, quizás habría pasado desapercibido como cualquiera de los “ataques de luna llena”, que suelen invadirme una vez al mes y que mi esposa suela achacar a mi naturaleza “canceriana” y un ligero toque de bipolaridad que siempre me ha hecho recordar que soy humano.
De repente, al mirarme al espejo, me encontraba frente a frente con un pequeño disfrazado de adulto, completamente aterrado, desorientado y paralizado, dudando entre sonreír o llorar cuando me atrevía a verle fijamente a los ojos.
La extraña e inesperada mezcla de emociones, el alboroto del entorno y el miedo a lo que me deparaba el futuro inmediato, me impedían ver la gran oportunidad que me estaba regalando la vida de encararme a mí mismo,  sin máscaras emprendiendo el tan necesario viaje de auto sanación que necesitaba para aligerar mi carga de sombras y convertirme en un confiable soporte emocional para la díada mama-bebe que tanto necesitaba mi apoyo en ese momento.
Y justo allí, en esa reconexión con mis propias sombras, en ese necesario período de introspección y auto-análisis fue cuando comencé a reconciliarme con el niño herido y asustado que aun temblaba dentro de mí.
Comencé a abrazarlo cada vez que abrazaba a mi bebé. Comencé a hablarle en el espejo y a decirle que todo iba a estar bien de allí en adelante. Comencé a perdonar a mis padres, mis hermanos, mis abuelos, mis tíos, mis maestros, mis “amigos” y a mí mismo (trabajo que no es nada fácil y en el que aún trato de mantenerme constante).
Todo esto me ha permitido crecer como ser humano, explorar mi propia espiritualidad, reconectarme con mi misión de vida, y desprenderme de mi propio Ego para así transformarme en quien soy, o creo ser, hoy día: un adulto con alma de niño, lo suficientemente humilde para reconocer, encarar y bendecir sus errores, siendo capaz de recorrer de nuevo, cuantas veces sea necesario, el camino que un día olvidó.
Nuestros hijos (especialmente en sus primeros años de vida) son como espejos de su entorno directo, por lo que como papás deberíamos tratar de estar lo más libre de culpas, rencores y lastre emocional que nos sea posible. Debemos recordar que para nuestros pequeños y para nuestra pareja somos algo así como una columna sostenedora. Si estamos plagados de sombras no sanadas y desestabilizados emocionalmente, obviamente no podremos ser un verdadero sostén tanto emocional, como moral y espiritual.
Pienso que esta es la clave de nuestro papel como papás. Sostener, cuidar, proteger y amar… pero sanando, creciendo y reencontrándonos. Estoy totalmente convencido de la importante que es este rol sanador de Papá en ese proyecto que me atrevería a llamar “La nueva familia”, responsable de construir granito a granito el nuevo Mundo. Ese mundo en el que la violencia, el desamor y el Ego ya no deberían tener cabida. En el que cada uno de nosotros debería reencontrar su camino...
Por Elvis Canino

viernes, 4 de julio de 2014

Nuestros mejores Maestros!


A medida que nuestros hijos vayan creciendo, escucharemos siempre a alguien preguntándonos por su educación, que si van en la escuela, que si sacan buenas notas, que si se portan bien, etc. Tampoco falta una sugerencia ocasional (que no siempre es tan ocasional) de lo importante que es la disciplina, los buenos modales y el criar “niños modelo”, como los crió “fulano”, “zutano” o “perencejo”.
Tendrás dos elecciones: o hacerles caso y sufrir; o dedicarte a criar a tus hijos con amor y como te lo dicte el corazón, y disfrutarlo además.
Yo elegí la segunda y no arrepiento, ni por un momento.
En lo que coincidirá la mayoría de los “opinólogos” (o por lo menos de los que siempre me he encontrado en el camino) es en la importancia de enseñar a los niños a que en el “Mundo Adulto”, la razón siempre la tienen los adultos y punto (¿te suena?).
Es muy probable que escuchemos también que la escuela lo es todo, que el éxito lo es todo, que la aprobación lo es todo, que la apariencia lo es todo.
Habrá también quien te sugiera que mientras más temprano los escolarices, más oportunidad de socializar tendrán. Serán más independientes y no se convertirán en niños mimados que no se despegan de la falda de la madre (¿de nuevo te suena?).
Lo cierto es que si decides criar diferente al resto. Con mucho abrazo, mucho beso, mucha tolerancia, sin violencia, sin castigo, con amor y apego  en abundancia, pues tendrás que acostumbrarte a la mirada inquisidora del entorno, cuya mayoría obviamente no aplaudirá tu decisión. Y muchas veces este entorno estará compuesto por nuestros familiares y amigos más cercanos, lo que hará más dolorosa y difícil la situación.
Hoy día, a pesar de ver constantemente a nuestro alrededor las contundentes pruebas de que los viejos y obsoletos métodos disciplinarios solo han creado un montón de personas con el ceño fruncido, estresadas, enfurecidas y enfermas; muchos parecen juzgar los derechos del niño y las leyes que los protegen del maltrato por ser, según ellos, el principal causante de la “malacrianza” y del “libertinaje”, males que se habrían evitado, según su opinión, con una “buena corrección a tiempo”.
Lo peor es que según palabras de algunos (incluso de educadores y “profesionales” que conozco), el caos actual en que se encuentra sumergida nuestra humanidad se debe a la “falta de látigo” (No se imaginan lo que me entristece escuchar cosas así, como padre y como ser humano).
Aunque este escrito no fue hecho para buscar culpables ni mucho menos, considero un deber como o padre y como defensor de la crianza amorosa, analizar el papel que juega la sociedad Patriarcal en esta especie de desconexión con nuestra esencia, en la que parecen sumergirnos desde las escuelas hasta los medios de comunicación más “inocuos” (al menos en apariencia).
Basta echarle un solo vistazo a nuestra realidad para darnos cuenta de que estamos obligados a darle un giro al timón. No hace falta ser un profeta del desastre para poder vaticinar lo que nos espera como humanidad de no aplicar un cambio urgente a las reglas de juego.
Nuestro mundo se ha convertido en un paraíso de “egos suicidas”, separados unos de otros, distraídos y cada vez más acostumbrados a que alguien piense por nosotros. Consumiendo y consumiéndonos en una loca carrera hacia nuestra propia aniquilación.
Hemos perdido el respeto por la vida y nos hemos acostumbrado a mirar de forma indolente, a veces con un control remoto en la mano y muy cómodos en nuestro sillón, la deforestación, el sacrificio indiscriminado de miles de especies, la contaminación, la destrucción o explotación del más débil, la alienación de las masas y el constante bombardeo de “antivalores” que día a día nos alejan más y más de nuestra verdadera naturaleza y nos van convirtiendo en esa sociedad autómata, indolente y resignada que describió tan bien Aldous Huxley en su “Mundo Feliz”.
Hemos permitido que los valores “de turno” sean dictados por la moda y la televisión, ultima voz en cuanto a decidir cuáles serán los estereotipos sociales aprobados. Dictaminando ésta quién encaja y quién no. Creando las etiquetas e invitándonos a mantener a raya a todo aquel que piense distinto, a menos que se acople a la fila, y marche al ritmo dictado.
En la escuela se nos enseña a obedecer, a caminar en formación, a pintar las hojas verdes y el cielo azul porque así debe ser y punto. Se nos premia cuando cumplimos y se nos castiga cuando nos rebelamos. La puntuación y las medallas nos revelan quienes somos, y por supuesto todo nuestro futuro dependerá de cuanto éxito y aprobación acumulemos.
Y no solo es el entorno, los padres también contribuimos: exigiendo, saturando de actividades, tratando a los niños según su rendimiento escolar y colgando sus medallas y trofeos como si esto nos demostrara “lo bien que ellos lo hemos hecho”.
Muchas veces valorándolos según la opinión de sus maestros. Profanando su tiempo libre con montañas de tareas escolares y actividades extra-curriculares. Para así mantenerlos ocupados todo el día “por su propio bien”.
Como seres humanos tenemos un terrible estado de emergencia. Estamos a punto de destruir todo lo que existe en el mundo material por culpa de nuestra codicia, nuestra arrogancia y nuestra necedad.
Los niños siempre han venido a recordarnos quienes somos, pero nuestra sociedad utiliza sus mejores armas para desconectarlos de su esencia y convertirlos en lo que nos convirtió a nosotros, en egos suicidas.
Deberíamos imitar más seguido a los niños, parecernos más a ese pequeño que un día fuimos. Deleitarnos en todo, sonreírnos por todo, andar menos afanados y más despreocupados, sin rencores, sin esa memoria rencorosa, sin esa malicia y ese deseo constante de competir con todos.
Como padres, y sin necesariamente desconectarnos totalmente de nuestros quehaceres y deberes del día a día, podríamos dedicar más tiempo a reaprender de nuestros propios hijos y de cuanto niño se nos presente en el camino. Ellos tienen una facilidad increíble para percibir si te has quitado tu máscara egocéntrica de adulto.
Es solo entonces cuando te abren las puertas de su mundo para que lo explores. Para que te maravilles con sus colores ¿y por qué no? Para que le agregues un poco de los tuyos, para que crees puentes, incluyas personajes y te deslices de nuevo sobre esos deliciosos arcoíris que un día alguien decidió que debías dejar atrás.
Permitirte ser niño cada vez que puedas te ayudará a recordar quién eres y a qué viniste al mundo. Te permitirá poner más colores todo lo  que te rodea, y facilitará increíblemente la comunicación con tus hijos, demoliendo cualquier obstáculo que se atraviese entre su mundo y el tuyo.

Por Elvis Canino