jueves, 13 de noviembre de 2014

Si la risa reemplazara a la sonrisa…

Me gusta la gente que comete errores, que no se avergüenza de su imperfección y tiene el valor de aceptar que equivocarse es natural… y sano.
Cuando me rodeo de personas así, me siento seguro, tranquilo y confiado. No veo máscaras, sino almas. Ellas y ellos son, para mí, grandes maestros... y por supuesto, grata compañía.
Así mismo (Y espero que esto no se interprete como un juicio), hay personas que valoran demasiado la apariencia; que sonríen con la boca, mas no con el corazón; que te piden credenciales, por aquello de que los títulos te hacen "alguien"; y, por supuesto, que por encima de todas las cosas tienen siempre la razón, muchas veces a costa de no escuchar o aceptar jamás nada que atente contra sus juicios y valores.
Este tipo de personas, por mucho que me empeñe en lo contrario, me activa alarmas. Estar con ellas me hace sentir incómodo y paranoico. Y a veces siento que me quitan tanta energía, que prefiero optar por el viejo lema de “mejor solo, que mal acompañado”.
La autenticidad es un don preciado que a la mayoría de nosotros se no arrebató en la infancia. Cuando se nos enseñó a aparentar en nombre de la aprobación, la etiqueta social y el tener que caerle bien a los demás. Un don que cada niño que encuentro me muestra y me recuerda, sin necesidad de esforzarse.
Las máscaras que el mundo adulto nos obligó a mostrar cuando tenemos que agradar a los demás pesan bastante. Jamás son una carga grata. Muchas veces nos hacen fruncir el ceño, o sonreír de forma extraña, como si posáramos para una revista.
Me encantan los niños porque no aparentan nada, no les interesa agradar a nadie y por supuesto, son incapaces de engañar con intenciones egoístas y mezquinas.
Cuando mienten (cosa que aprenden de nosotros) lo hacen por simple supervivencia. Dependen de nuestra protección, son vulnerables y están indefensos ante el maltrato, el castigo y el chantaje ¿No haríamos lo mismo en su lugar?
También estoy consciente de que no todos los adultos que aparentan algo lo hacen por maldad o con intenciones turbias. La mayoría simplemente olvidó quien ES en realidad.
Eso es todo: una cuestión de memoria.
Si nos permitiéramos recordar y reconectarnos, aunque sea de vez en cuando, con nuestra verdadera esencia.
Si reconociéramos, aceptáramos e integráramos nuestras propias sombras. Así, con sencillez y sin los prejuicios y etiquetas que han sembrado en nuestra mente (Y en nuestra alma), muchas veces desde que eramos apenas unos bebés.
Si nos aceptáramos, reconociéramos y valoráramos tal y como somos, con defectos y virtudes.
Si dejara de importarnos tanto lo que piensan (...o creemos que piensan) los demás.
Si recuperáramos la libertad que, de niños, nos permitía explorar el mundo sin miramientos y sin tanta planificación.
Si recobráramos la humildad y la sencillez que se requieren para aceptar nuestras fallas y pedir perdón, cuantas veces sea necesario.
Si, al igual que los niños, dejáramos de instalarnos en lo que nos hicieron, para justificar el odio, la ira y los deseos de venganza.
Que distinto sería el mundo si la risa reemplazara a la sonrisa.
Que agradable sería la vida, si ya nada fuera tan importante como para ponerlo por encima del amor y el respeto hacia nosotros mismos…

Por Elvis Canino

martes, 11 de noviembre de 2014

Reconectándonos con la Magia!



¿Recuerdas la primera vez que te viste reflejado en una pequeñita e indefensa criatura nacida de tu amor? ¿Y cuando te miró a los ojos por primera vez? ¿O aquel momento en que apretó tu dedo como diciendo “Hola, aquí estoy… protégeme”?

Para muchos (incluyéndome) el concepto de lo mágico comenzó a tener o mejor dicho, a recobrar sentido desde que experimentamos esa sensación de vernos reflejados en ese pequeño espejo de carne y hueso que el universo materializa a través de nosotros: nuestros hijos.

A partir del primer contacto, del primer abrazo, del primer intercambio de miradas  todo comienza a verse desde una perspectiva diferente, como si cambiáramos el cristal a través del cual enfocamos el mundo. Despertando, renaciendo, recalibrando el contador a cero… dejando el pasado donde debe estar… atrás.

Recuerdo que algunos amigos trataron de describirme esa sensación, pero hay cosas que no se comprenden hasta que se experimentan en carne propia.

Cuando tuve a mi hija en mis brazos por primera vez, experimenté una especie de reencuentro con lo que podría describir como mi verdadero Yo;  ese “Yo” o ese “alguien” que no conoce máscaras, que es auténtico y transparente, y al que no veía desde hace muchísimo tiempo, cuando era apenas un pequeño que conservaba intacta la inocencia y la pureza que un día el mundo adulto me fue arrebatando con sus institucionalización y sus etiquetas que lo clasifican y explican todo.

Percibí de nuevo ese olor a magia. Olor que no disfrutaba desde que me había transformado en una persona responsable y “cuerda”, o al menos eso creo.

Y cuando hablo de magia no me refiero a ilusionismo barato, sino a la Magia Real. Aquella que sostiene el universo en una constante sinfonía; la que percibes cuando miras el cielo y pasa una estrella fugaz como persiguiendo algo; la que sana a quienes no pierden la fe; la que puede hacerte sonreír en medio de una tormenta infernal; esa que puede devolverte las ganas de vivir cuando todo apunta a lo contrario.

Puede que ahora que eres un adulto serio y de pensamiento lógico, te niegues a aceptarla y prefieras optar por un mundo de coherencia y de estadísticas científicas, de esas que todo lo comprueban; pero estoy seguro que en tu infancia ni por un momento dudaste de su existencia.

El mundo infantil es natural y espontáneamente mágico, los niños viven rodeados por la magia todo el tiempo. Desde que despiertan y son invitados por el sol a sentir, explorar y saborear los colores de su mundo. Ellos experimentan un eterno momento presente, en el que se maravillan por todo.

Mi hija me lo recuerda constantemente, me relata historias sin lobos feroces; donde las mariposas, los conejos, los ogros y las princesas conviven en armonía, queriéndose unos a otros sin etiquetarse y sin conocer la mezquindad.

Exploramos juntos nuestro jardín hablando acerca de esos mundos indescriptiblemente mágicos que se esconden bajo tierra, y a los que se llega a través de esas cuevitas construidas por las hormigas, que solo la sabiduría y paciencia de un niño es capaz de contemplar durante horas y horas, en medio del éxtasis y en un estado indudablemente meditativo.

La paternidad para mí ha sido una gran oportunidad para reconectarme con ese camino que había olvidado.  Creo que se me ha dado una especie de segundo chance para vivir y saborear el aquí y el ahora como nunca antes. Ese eterno ahora en el que vive mi hija, y al que me invita cada vez que jugamos, cada vez que cantamos, cada vez que bailamos, cada vez que reímos.

Entonces ¿por qué no aprovechar esta magia para sanar aquello que bloquea y obstaculiza mi felicidad? ¿Por qué no sonreír de nuevo cada vez que me miro al espejo? ¿Por qué no concentrarme en disfrutar al máximo cada momento mágico en ese jardín que llamo Vida?



Por Elvis Canino

viernes, 7 de noviembre de 2014

¡Piensa en esto antes de aceptar un diagnóstico sobre tus hijos!


¿Sabías que Albert Einstein fue diagnosticado por un pediatra como retrasado mental?
¿Sabías que no habló hasta cumplir los 4 años?
¿Sabías lo que comentó sobre él uno de sus maestros?
Pues su maestro dijo lo siguiente: “Es lentísimo y no consigue memorizar nada, no entiende de reglas y no obedece órdenes”
¿Sabías que otro profesor le dijo que "estaría mucho más contento de no tenerlo como alumno en su clase, porque se sentaba en la última fila y sonreía, lo que violaba el sentimiento de respeto que un maestro necesita"?
Afortunadamente para Einstein (Y para la humanidad) aún no se había "INVENTADO" el déficit de atención e hiperactividad, y por supuesto no se condenaba a los niños a vivir drogados con RITALÍN.
Por favor, piensa en esto cuando un supuesto "especialista" trate de convencerte de que tu niñ@ tiene problemas de atención. Especialmente cuando pretendan medicarlo.
La medicación y los diagnósticos precoces no son juego.
No permitas que maten la espontaneidad y la personalidad de tus hij@s.
Recuerda que son niños, no androides.
NO a los diagnósticos irresponsables. NO a la medicación con drogas a niños sanos.
¡Ya basta!
 Por Elvis Canino