miércoles, 27 de enero de 2010

MI PAPA ES UN SUPERHEROE


Cuando somos niños nuestros padres son muy importantes para nosotros, son ejemplo a imitar en todo y es prácticamente imposible que se equivoquen en algo. Nuestra madre “casi siempre” es el ejemplo de ternura, alimento y cuidado; mientras que papá “casi siempre” es el que sale a batallar, el que tiene la voz fuerte y en el Universo entero no hay quien pueda contra él. Estando con él, sentimos que es imposible que alguien pueda hacernos daño; y generalmente encontraremos en él una respuesta a todo lo que preguntemos.

¿Pero qué pasa cuando Papá deja de ser Superhéroe sabelotodo para pasar a ser un tirano al que no podemos preguntar nada y del que tenemos que cuidarnos? ¿Qué siente un niño cuando esas manos grandes dejan de ser protectoras y pasan a ser amenazantes? O peor aún ¿Qué siente un adolescente cuando quien fue su amigo de pequeño pasa a ser su peor enemigo o su más implacable juez?

Un niño es una esponjita que aprende e imita su entorno. Tú, como padre eres mejor modelo a seguir cuando escuchas, contestas, juegas, abrazas y sobre todo cuando das buen ejemplo. El hecho de que tu infancia haya sido dura no justifica que sigas la cadena, tienes el poder para romper con ella de una vez por todas y así cambiar el patrón a seguir en las generaciones próximas.

Ser un Superhéroe para tus hijos no requiere ser perfecto y estar exento de equivocarse, pues eso es imposible para un ser humano común y corriente. Simplemente con dedicar tiempo a tus hijos y no prometerles lo que no puedes cumplir ya tienes mucho terreno ganado. El tiempo de calidad, responder a todas sus preguntas y el juego compartido vale muchísimo más que cualquier regalo material y deja más huellas positivas en su corazón. Cuando alguien ha perdido a sus padres no los recuerda evocando el juguete costoso que alguna vez le dieron sino los momentos de cariño como aquella vez que acariciaron su cabello y le dijeron que lo amaban.

Tus hijos crecerán, se marcharán y tendrán sus propios hijos. De ti depende que algún día te recuerden como el Superhéroe que alguna vez lo supo y lo pudo todo…………

(Dedicado a los Padres y a las Madres que también lo son)

Por: Elvis Canino

sábado, 23 de enero de 2010

INSULTA, QUE ALGO QUEDA!!!!!!!!!!!!!!!


Muchos adultos, al hablar sobre niños, recurren al estereotipo, al insulto y a la descalificación sistemática. Ello se hace muchas veces en tono jocoso, casi «cariñoso» («el monstruito», «los pequeños tiranos», «son unos trastos»), pero el daño está hecho: se transmite a los padres la idea de que sus hijos están en su contra y no merecen respeto como personas. Veamos algunos ejemplos concretos:

“Nada más rozar las sábanas, el granujilla empieza a gimotear.”

El «granujilla» tiene diez meses, pero su conducta se considera no sólo meditada y consciente, sino moralmente reprobable.
La elección de las palabras no es casual: el bebé no empieza a gemir («quejarse con voz lastimera», según el diccionario), ni mucho menos a llorar («derramar lágrimas por algún dolor físico o moral»), sino a gimotear («gemir, quejarse o llorar sin causa justificada»). ¿Quién ha dicho que no tiene motivo?
Veamos otros insultos:

“Los niños pequeños son negativos, muestran poco sentido común y una completa falta de respeto por los derechos de los demás.”

¿Cree que exagero? ¿No le parece que esta frase sea tan insultante? Sustituya «niños pequeños» por «negros» o por «mujeres» y dígame qué le parece ahora.


“El diez por ciento de los niños estudiados eran pequeños terroristas.”

Ésta es una acusación muy grave. Sustituya «niños» por «sindicalistas», «catalanes», «clientes», «funcionarios» o cualquier otro término referido a personas adultas y podría recibir una demanda por difamación.

“Hacen que sus madres se sientan inferiores. Los niños pequeños tienen una capacidad increíble para desmoralizar a sus madres. Muchos actúan como completos ángeles cuando están al cuidado de otros, reservando su lado demoníaco exclusivamente para sus padres.”

¡Vaya descubrimiento! Sin necesidad de insultos y exageraciones como «demoníaco», lo cierto es que todos nos comportamos mejor con desconocidos que con familiares. Usted soporta de sus compañeros de trabajo, y no digamos de sus jefes, desaires que provocarían una discusión con su cónyuge. Nos quejamos menos de la comida en un restaurante que en casa (y, cuando comemos en casa de un amigo, jamás nos quejamos de la comida). Usted, padre lector, ¿dónde se hacía mejor la cama, dónde barría y fregaba sin rechistar, dónde obedecía al instante y sonriendo: en casa o en la mili? ¿Significa eso que quería o respetaba más a su sargento que a su madre? Claro que no, simplemente le tenía más miedo. En España ha habido muchas más huelgas y manifestaciones bajo el gobierno socialista que en tiempos de Franco. ¿Significa eso que los obreros estaban más contentos con Franco? Es un hecho que no protestamos más cuando somos más desgraciados, sino cuando tenemos más esperanzas de que nuestras protestas sirvan de algo. Protestamos más cuando nos sentimos aceptados y queridos. Como afirma Bowlby:

“Debido a los vínculos emocionales que unen al hijo con sus padres y a éstos con el hijo, los niños se comportan siempre de un modo más pueril con sus padres que con otras personas [.. ]. Esto es incluso cierto en el mundo de las aves. Los pinzones jóvenes, que son ya suficientemente capaces de alimentarse por sí solos, a veces comienzan a solicitar alimento de un modo infantil cuando ven a sus padres.”

El mismo Freud no se quedaba corto con sus descalificaciones:

“Un exceso de ternura materna quizá sea perjudicial para el niño por acelerar su madurez sexual, acostumbrarle mal y hacerle incapaz, en posteriores épocas de su vida, de renunciar temporalmente al amor o contentarse con una pequeña parte de él. Los niños que demuestran ser insaciables en su demanda de ternura materna presentan con ello uno de los más claros síntomas de futura nerviosidad. Por otra parte, los padres neurópatas son, en general, los más inclinados a una ternura sin medida, despertando así en sus hijos, antes que nadie y por sus caricias, la disposición a posteriores enfermedades neuróticas.”

Y es que de insultar a los niños a insultar a los padres sólo va un paso, y si usted trata a sus hijos con ternura, es un neurópata.
«No», dirá el lector, «Freud sólo llama neurópatas a los que muestran una ternura sin medida, no a los que muestran una ternura normal». De acuerdo, pero, ¿qué es una ternura sin medida? Para muchos, en nuestra sociedad, tomar en brazos a un niño que llora ya es excesiva ternura. No es Freud el único, ni mucho menos, que ridiculiza a los padres que tratan con «excesiva ternura» a sus hijos:


“Sacarle de la cama cuando debe dormir no es mostrar ternura, sino estúpida ignorancia.”

Veamos cómo describe el Dr. Green su método de dejar llorar a los niños para enseñarles a dormir:

“Déjenlo llorar cinco minutos si son ustedes normales, diez minutos si son duros, dos minutos si son delicados y un minuto si son muy frágiles. La duración del llanto depende de la tolerancia de los padres y de cuan genuinamente agitado se ponga el niño.”

Es decir, que los padres que no quieren dejar llorar a su hijo son delicados, frágiles e incluso faltos de tolerancia (¡intolerantes!); pues en una increíble corrupción del lenguaje, «tolerancia» significa ahora la capacidad para oír llorar a tu propio hijo sin hacerle ni puñetero caso. Incluso admitiendo que dejar llorar a los niños fuera moralmente aceptable (¡cosa que no admito en absoluto!), ¿no parecería más lógico adaptar la duración del llanto a la resistencia del niño y no a la de los padres? (Deje llorar cinco minutos al niño normal, dos al delicado, uno al frágil... ) Pero, claro, al Dr. Green no le preocupa lo que pueda sufrir un niño de meses, sino lo que pueda sufrir un adulto de veinte o treinta años.

(Dr. Carlos Gonzáles)
Justificar a ambos lados

martes, 12 de enero de 2010

LOS ABUELOS CONSENTIDORES


¿Quién no ha visto abuelos consentidores? Incluso padres que han sido tiranos e inflexibles, cuando se convierten en abuelos pasan a ser parte de esta Clan consentidor y súper permisivo. Es como si la vida les diera una segunda oportunidad de hacerlo mejor que con sus hijos y eso tratan de hacer, a veces con tal obsesión que su desenfreno al consentir y su permisividad al capricho no tienen límites.

Entonces vienen de nuevo los problemas con sus hijos, esa explosión nuclear que se generaba entre ambos cuando el segundo era un adolescente rebelde reaparece después de que esta había hecho las paces y había decidido tener su propia familia y salir del nido. Comienzan estos abuelos a dar regalos a sus nietos, que sus hijos no aprueban; a dar golosinas que tampoco son aprobadas; y a veces hasta a desautorizar en secreto para quedar como los abuelos justicieros y crear una complicidad secreta entre ellos y sus nietos.

Quien sea padre o Madre debe saber a que me refiero. Ahora, mi pregunta es: ¿Por qué no lo haces mejor como padre en vez de esperar a ser abuelo para tratar de enmendar las cosas? ¿Por qué no abrazas más a tus hijos ahora que están contigo en vez de esperar que estos tengan hijos y consentir a los segundos? ¿Por qué no dejas de criticar e imponer tu autoridad a tu hijo adolescente, ahora que su rebeldía grita al mundo cuanto necesita de ti? Quizás así tus hijos te permitan ser un viejito consentidor con tus nietos, sin necesidad de que a ellos les desagrade.

No veo nada malo en ser un consentidor, pero debemos saber que hay límites. Cada Padre y madre debe establecer reglas en su hogar, no necesariamente las mismas reglas que había en el hogar donde crecieron. Cada hogar debe tener su propio color, olor, esencia, y reglas. Ser abuelo no nos autoriza a tratar de cambiar las reglas del hogar de nuestros hijos, en vez de hacer ese papel deberíamos limitarnos a dar apoyo infinito, amor sin límites y consejos sabios (solo si nos son requeridos estos últimos). Seamos abuelos de unión, no de desunión; pero antes de serlo seamos buenos padres………solo siendo mejores padres seremos mejores abuelos………


(Por Elvis canino)

miércoles, 6 de enero de 2010

EL DIA MAS FELIZ!!!!!!!!!!!!!!


“Mi corazón se conmueve ahora ante muchos recuerdos largo tiempo dormidos de mi madre, joven y hermosa (¡y yo tan viejo!).” (Charles Dickens - Historia de dos ciudades)

Cuando éramos niños, casi todos hemos escrito una redacción escolar titulada «El día más feliz de mi vida». En los colegios religiosos, el éxito estaba asegurado si relatabas tu primera comunión. Otros preferían recordar el regalo más grande y más costoso que les habían puesto los Reyes, el viaje a un país lejano, la visita al parque de atracciones... El pasar de los años cambia nuestra perspectiva, los objetos se desdibujan y las personas alcanzan entonces una estatura insospechada. La sonrisa de nuestra madre, el abrazo de nuestro padre, la mano de un amigo, una palabra de aliento, gratitud o perdón... Haga memoria, amigo lector. ¿Cuáles fueron los días más felices de su infancia? Manuel explica así uno de esos recuerdos imborrables:
“Debía de tener seis o siete años cuando, corriendo a oscuras por la casa, choqué con una puerta de cristal que siempre había estado abierta. Quedó echa añicos a mis pies. Me pegué un susto de muerte y me hice un pequeño corte en la frente. Pero no notaba ningún dolor; el miedo al castigo me paralizaba. Mí padre vino corriendo, me sacó de entre los vidrios rotos, me curó la herida, me miró de arriba abajo. Pero no me riñó. Al principio temblaba, esperando a cada momento escuchar unos gritos tremendos. Luego pensé que se había olvidado de reñirme e intenté pasar desapercibido. Pero al final el asombro y la curiosidad pudieron más y le pregunté aún lloroso: « ¿No estás enfadado porque he roto la puerta?». «No», contestó, «la puerta no importa, lo único que me importa es que no te hayas hecho daño». Ahora comprendo que todos los padres damos más valor a nuestros hijos que a nada en el mundo. Pero raramente se lo decimos a nuestros hijos. Estoy muy agradecido a mi padre por habérmelo dicho.”
Ésta es la historia de Encarna:

“Uno de los días más felices que puedo recordar tuvo, en realidad, un mal comienzo. Tuve una pesadilla espantosa. Nada de monstruos ni hombres del saco; soñé con una ostra. Una ostra enorme que sacaba a una perla, también enorme, de su concha y no la dejaba volver a entrar. La pobre perla expulsada me dio una pena enorme. Me desperté chillando, auténticamente aterrorizada. Yo debía tener unos cinco años y dormía en una camita en la habitación de mis padres, que se despertaron, naturalmente asustados con mis gritos. Mi madre me invitó a dormir en su cama. Todos mis temores desaparecieron como por arte de magia, me sentía enormemente feliz y segura. Nunca volví a tener un mal sueño. Supe que siempre tendría un refugio, que siempre me protegería alguien.”
Yo, por mi parte, recuerdo una tarde, creo que era domingo, cuando tenía unos doce años. Vagaba aburrido por la casa. Mi madre me atrapó y me dijo: «Ven, siéntate aquí, en mis rodillas, como cuando eras pequeño. » Imagino que debí morirme de vergüenza, pero no logro recordar esa vergüenza. Recuerdo, en cambio, que empezó a cantar muy suavemente:
“Arrorró, mi niño chico, que viene el coco y se lleva...”

Apoyé mi cabeza en su seno y me invadió una paz infinita. Casi me quedo dormido. Era como volver a tener dos años. La mayoría de la gente no recuerda nada de su primera infancia. Yo sé lo que siente un bebé en brazos de su madre porque tuve el enorme privilegio de volver a ser un bebé durante media hora, a los doce años.
Todas estas historias tienen algo en común. Los días más felices de nuestra infancia son aquellos en que nuestros padres (o nuestros abuelos, hermanos o amigos) nos hicieron felices. Incluso cuando nos parece que nos hizo feliz un tren eléctrico, si miramos mejor siempre hay personas detrás: los padres que nos lo entregaron con una sonrisa o con un elogio, el hermano con el que compartimos (no siempre de buen grado) el tren... Éramos hijos y ahora somos padres. Han pasado tantos años, pero tan poco tiempo, que a veces nos sorprendemos con los papeles cambiados. De pronto vemos nuestra propia infancia y a nuestros propios padres con una nueva luz. Miramos a nuestros hijos y nos preguntamos qué día, qué frase, qué aventura quedarán grabadas en su memoria para siempre; qué dolores quedarán clavados en su alma y qué alegrías guardará como un tesoro. Los días más felices de su hijo están por venir. Dependen de usted………
(Dr. Carlos Gonzales)