domingo, 21 de junio de 2015

Reflexiones de un Papá... un día cualquiera!


Existe un antiguo mito sobre la paternidad que defiende la necesidad de todo padre, o figura masculina (y a veces también femenina), de ser severo en la crianza de sus hijos para poder ser un ejemplo, una verdadera autoridad y alguien a quien se le debe respetar… “porque sí”.
De hecho muchos de nosotros crecimos teniendo un padre que al que no podíamos, por ejemplo, contarle un chiste o tomarle el pelo, sin el terrible riesgo de ser “disciplinados” por medio del castigo o en algunos casos de un terrible grito que nos hacía recordar ese precepto de que “a los adultos se les respeta… y punto”.
Algunos de nosotros tampoco recibimos nunca (o sucedió muy pocas veces) un abrazo, un te quiero, un te amo, o tan siquiera una mirada tierna de aprobación (sonrisa incluida) de parte de la figura masculina con la que crecimos. Y a veces, ni siquiera de parte de nuestra madre…
Sí, es cierto… algunos crecimos sin muestras de afecto.
¿Y es que acaso esos papás y mamás eran malvados? ¿Nos odiaban? ¿Eran nuestros enemigos? Algunos me insistirán de que en su caso, sí, esto era lo que sucedía. Otros me dirán que por supuesto que no. Y otros, sencillamente me dirán: “No sé, dímelo tú!”.
Pues les cuento que la mayoría de estos padres (me encantaría poder decir que todos, pero tengo que ser honesto) desconectados emocionalmente y severos en la forma de criar y educar, sencillamente creían con todo su corazón que esa era la mejor forma de dar amor…
Sí, de dar amor.
Antes de juzgarles, debemos comprender que, a diferencia de muchos de nosotros, la mayoría de ellos contaba con herramientas limitadas, con muchísima menos información y además con el apoyo y aprobación de una sociedad conductista y “adultista”, donde a los niños se les veía más como un producto, que como a un ser humano con derechos y necesidades reales (lamento tener que reconocer que lo de la sociedad no ha cambiado mucho en ese sentido, en la actualidad).
Es justo reconocer que la mayoría de estos padres lo único que pretendía hacer (de la manera en que sabían) era tratar de instaurar valores, principios y educación. No estaban pensando en hacer daño por hacerlo, sino que creían y estaban convencidos de que lo que hacían, lo hacían “por nuestro propio bien” (citando a la psicoanalista Alice Miller).
Hoy día sabemos lo dañino que es para cualquier SER, el castigo, especialmente el físico, para la salud mental, emocional y hasta para el desarrollo del cuerpo y de las habilidades.
Sabemos lo destructivo que es criar y educar en base al chantaje, la manipulación y el maltrato.
De hecho, muchos de nosotros, a pesar de ser (o creer ser) hoy “personas de bien”, y de atribuírselo a la forma severa y a veces demasiado estricta y abusiva en que fuimos criados y educados, sabemos (muchas veces de forma inconsciente) que en el fondo guardamos una terrible carga de rencor y violencia, que justamente tiene su origen en la forma en que nos trataron en nuestros primeros años de vida.
Algunos, hoy, seguimos teniendo relaciones basadas en el chantaje, la manipulación, y a veces, hasta en la violencia, porque muy en el fondo quedamos convencidos de que esa es la única y mejor forma de expresar el amor. Y a veces, hasta llegamos a creer, desde el fondo de nuestros corazones, que MERECEMOS ser tratados así.
Y entonces, ¿Qué hacemos con todo esto? ¿Nos dedicamos a culpar a esos padres severos y a veces, maltratadores con los que crecimos? ¿Nos quedamos estancados en el rencor, la culpa y el remordimiento? O peor aún… ¿Nos dedicamos a defender y justificar la disciplina severa y el castigo físico a los niños y seguimos repitiendo los patrones de violencia que no hacen sino engendrar más violencia? ¿Nos hacemos como que la cosa no es con nosotros y seguimos permitiendo que a los niños se les eduque y se les crie como si se tratara de seres inferiores, incompletos y para quienes los derechos humanos no tienen ninguna validez?
Pues, personalmente creo que por donde quiera que se le mire, la desconexión emocional, la disciplina severa (de hecho, tengan cuidado con el término disciplina, ya que existen una especie de “disciplina rosa”, que no es más que una especie de autoritarismo y conductismo light) y los castigos físicos no tienen cabida en la crianza de nuestros niños, y de hecho en ningún tipo de relación afectiva.
Creo que tenemos ya demasiada violencia en el mundo, como para seguir sembrando más de lo mismo.
La nueva masculinidad, la nueva paternidad, la nueva maternidad, la humanización, la crianza amorosa, la comunicación efectiva, el respeto a los niños han dejado de ser una cuestión electiva, para convertirse en una verdadera URGENCIA colectiva.
De la misma manera en que no es válido, ni éticamente justificable la manipulación, el chantaje y el maltrato en ninguna relación afectiva entre adultos; en la relación afectiva y la construcción de los cimientos morales, éticos y afectivos de los futuros protagonistas de nuestra sociedad, LOS NIÑOS, no tiene cabida ninguna de estas formas destructivas de “formar”, o si bien vale decirlo “deformar y destruir” sus personalidades y su esencia.
Pregúntense, Papá y Mamá, con la mano puesta en el corazón, si desean ser recordados con miedo o con admiración.
Pregúntense si desean ser un modelo a seguir o un modelo a temer.
Pregúntense si desean formar seres obedientes que no cuestionen nada ni a nadie; o si desean dejar al mundo seres libres, con pensamiento propio, capaces de soportar y superar cualquier intento de chantaje, manipulación o alienación de parte de quien sea.
Comiencen, dando el primer paso, que es el perdón. Y perdonen, de una vez por todas, a esos seres que, muchas veces por desconocimiento, lo hicieron de una forma diferente (a veces terriblemente diferente), pero que en el fondo, pensaban que lo que hacían, era lo mejor y único que podían hacer (valga acá la redundancia).
Para poder construir ese mundo que tanto soñamos, hay que abonar primero la tierra donde estamos sembrando las nuevas semillas. Y la mejor forma de abonarla y sanarla es con el perdón. 

Mark Twain dijo una vez: "El Perdón es la fragancia que derrama la violeta en el talón que la aplastó”, y esto se pudiera adaptar a "El Perdón es la fragancia que derrama un hijo sobre su linaje masculino y femenino, hayan hecho lo que hayan hecho”.
Fácil no siempre será, pero ¿Qué tan comprometidos estamos con la construcción de un Mundo nuevo?
Y por cierto, Papás y Mamás que me leen… Feliz día del padre.
Amen, amen, amen a los demás, sin condiciones, sin exigir nada a cambio. 

Y a partir de hoy, que este se convierta en su principal nuevo hábito de vida.


Por Elvis Canino