martes, 21 de abril de 2015

“Con una sonrisa en el rostro”…





 ¿Te has fijado bien en la mirada de un niño?
¿En su transparencia?
¿En el amor que emana de ella?
Los niños son capaces de amar todo, de admirar lo más simple; desde una hormiga que arrastra una hojita hasta su cueva, hasta una nube que toma mil formas, según el viento sopla, mientras cruza lenta y pacientemente el cielo.
Para un niño cualquier cosa es mágica, cualquier momento es un eterno presente. 
No saben de futuro, mucho menos de pasado.
Son tan espontáneos y sencillos,  que a muchos adultos eso les despierta una especie de “envidia inconsciente”.
Lamentablemente para nuestra malograda y malhumorada sociedad, esas no son condiciones óptimas de supervivencia.
Parecemos estar empeñados en reemplazar la inocencia por las máscaras… y por las poses.
Lanzamos a nuestros niños, desde muy pequeños, una serie de etiquetas y calificativos que consideramos importantes (o al menos eso es lo que alguien nos dijo) para su adaptación al mundo.
Nosotros mismos fuimos, en su momento, etiquetados.
Hoy día, parecemos orgullosos de las máscaras que un día nos fueron impuestas.
Tenemos una para cada ocasión; una para el trabajo, otra para los amigos, una para los compromisos sociales, otra para nuestros padres (para que siempre nos amen y nos aprueben), y hasta una para nuestra pareja (esta es la más difícil de mantener, y siempre termina siendo desbaratada por la convivencia).
En fin,  pocas veces nos miramos al espejo sin máscara, porque… sencillamente nos da terror.
Nuestros propios padres, así como también maestros, familiares y otros “opinólogos” de turno (cuya opinión, general e irónicamente, casi nunca ha sido solicitada) suelen “asesinar  nuestra personalidad con una sonrisa en el rostro” (Como dijo una vez el cantante y poeta Jim Morrison), con frases tan inocentes y bien-intencionadas en apariencia, como por ejemplo:
“Pórtate bien delante de los mayores”
“Sé un niño bueno delante de tu maestra”
“No juegues en clases”
“No corras”
“No te ensucies”
“¿No ves que todo el mundo nos mira?”
“¡Cómete todo!”
“Calladito te ves mejor”
“¡Caca!”
Podríamos hacer una lista interminable de las condenas que asesinan la autoestima y la libertad de cualquier niño… ¿Y por qué no decirlo? ¡También de algunos adultos!
El mundo interno de los niños es tan delicadamente puro y hermoso, pero también taaaan frágil, que no es difícil hacerlo añicos.
Con cualquier palabra, gesto o acción (dichos o empleados en el momento y con la actitud “adecuada”) podemos desbaratar ilusiones, petrificar sueños y hasta sepultar cualquier vana esperanza de creatividad.
Como padre, madre, educador o cuidador, procura observar la forma en que te expresas de y con tus niños.
No permitas que tu Ego, alimentado de tu supuesta “superioridad de adulto”, te haga destruir (a veces sin querer) su inocencia, su personalidad y hasta su autoestima.
Evita también transferirles tus máscaras, tus miedos, tus complejos y tus propias limitaciones. Esa no es la herencia que deseas dejarles ¿O sí?
Respeta y admira la transparencia de sus ideas y la franqueza de sus palabras.
Respeta y valora sus sueños.
Evita, sobre todo, presionarles para que “crezcan” antes de tiempo.
No asesines su verdadera esencia “con una sonrisa en el rostro”, como posiblemente un día hicieron contigo… ¡y conmigo!

Por Elvis Canino

1 comentario:

  1. tan cierto todo... muchas gracias.. ojalá llegara a muchas personas para que se vaya creando mas conciencia del respeto que nuestros niños merecen... un abrazo

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